miércoles, 1 de diciembre de 2010



Un libro rojo, pequeño. Hablaba de ella. Diótima.
Lo apretaba contra mí. Sentía mi pecho violento latir contra él.
Inventé ritos, entonces. Un par de mentiras dulces.

Lo envolví despacio en un lienzo azul. Un lienzo azul con flores. Rojas las flores. Un lienzo recién lavado, lavado por mis manos. No sólo lienzo: era casa-cuidado-raíces.

Era noche; salí al patio. El cielo era rojo, rojo de frío. Estrellas.
Subí a la azotea. El libro envuelto en el lienzo. El viento en mi nuca. Viento-despedida. Viento-desapego.
Lo solté. El lienzo al aire, arrastrado por el viento. El lienzo-hogar era pájaro.

No era suficiente. Subí más alto.
El viento en mis pies desnudos. Descalcé mi cuerpo.

El viento en todos mis ojos.

Mi lienzo es color de noche. En noche y viento me envuelvo. De noche, casa y viento recubro mi cuerpo. De quietud y desafíos. De nómada y sedente independencia. De fiera ternura. De líquido cariño.

Mis opuestos se tocan.


Pero, al final, elijo el vuelo. Casi siempre elijo el vuelo. 


Bajé. Dejé libro, lienzo y ritos.

Aún voy envuelta en la noche.
Aún llevo el viento conmigo.

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