domingo, 2 de mayo de 2010

Tentación


Salir del estudio por la ventana, pese a que la puerta está abierta. Un paso grande para alcanzar la jardinera. Caminar sobre el pasto con los pies descalzos, subir la escalera del patio de atrás, sentir el ardor de las tejas rojas bajo mis plantas. Paraíso olvidado, mi azotea.

Acostarme cabeza abajo. Observar cómo, en un instante, el mundo cobra su justa dimensión. Casi todo es un cielo sin nubes. Las copas de los árboles y los tejados cercanos forman sólo el flequillo de mi horizonte. La ciudad es un murmullo que se traga el viento. Escuchar que pasan junto a mí pájaros temerarios, fingiendo suicidios desde las alturas.  Escribir en mi tobillo la palabra quizá: la vida toda es un quizá. Pensar que el tiempo se coagula los domingos. Sentir que el sol embarra mi piel y esa montañita enana que algún día voy a escalar.

Recordar el apremio del trabajo pendiente -atravesar tejado, escaleras, patio y ventana. Volcarme, de nuevo, en esta pantalla. Conservar en mis pies una capa de polvo: polvo de altura, de cielo, de aves; polvo que atestigua mi huida y que guarda la dulzura de caer en la tentación.

4 comentarios:

  1. Una maravilla de texto, no hay más que decir. Me quedo contemplando.

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  2. Es tan bueno leerte! como nube, como polvo, como la tentacion que asumes, vapor en los tobillos, condensacion en las tejas de tus palabras.

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  3. Ojalá mi tiempo se coagulara los domingos...

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  4. Este nuevo texto tuyo me resulta mágico, natural y esencialmente desenfrenado. Rompiendo en toto con las reglas –incluso de estética lingüística– y evocando con su lectura imágenes extraordinarias de una mente ávida de libertad, empero, restringida por la realidad. Si pudiera convertir tus palabras en pintura, ésta, necesariamente tendría como ecuador eso que la técnica pictórica ha denominado “punto de fuga”, siendo ese último el pasaje conductor hacia un mundo fugaz que refresca, aunque sea por un instante, nuestro espíritu libertino (que de vez en cuando permite a nuestro “ello” asomarse por encima de la barrera opresora y, ocasionalmente asfixiante que constituye el “superyó”), haciéndonos escapar de la cotidianeidad y dejando en plenitud nuestro lado soñador. Y esa parte de vivir, mi linda Elizabeth, es justamente la que nos brinda momentos de alegría, aunque no nos haga precisamente felices. JACM

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