jueves, 22 de enero de 2009

El laniparino




Un laniparino se colocó con cuidado en el borde de la ventana. Miró al frente con determinación, frotó sus manos una con otra mientras asentía con la cabeza y respiró profundamente. Después se aventó. A la nada. En realidad, la ventana estaba a sólo tres metros del suelo, pero los laniparinos no suelen ser más grandes que la cabeza de un alfiler. Entonces, para un laniparino, lanzarse tres metros en caída libre equivaldría casi a una muerte segura, si no fuera porque se trata de fierecillas muy deportistas, que gustan de surfear en los rayos de sol. El laniparino en cuestión lo hizo con una precisión inigualable. Con extrema seriedad y profesionalismo, como el caso lo ameritaba. Se deslizó con maestría de un rayo a otro, evitando las zonas sombrías y los peligrosos claroscuros, hasta llegar al suelo con un brinquito suave. El laniparino se quedó unos instantes de pie; luego estornudó, dio media vuelta y se alejó gruñendo.

7 comentarios:

  1. Me recordó a los cuentos de Cortázar de los cronopios, jeje.

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  2. Ahh... quiero ser un laniparino y actuar suicidios diarios...


    Énfasis en la palabra "actuar"

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  4. A pesar de la aclaración, sonó medio emo, jaja.

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  5. Jaja...

    ¡Emo no! Es padre vivir muchas vidas y de vez en cuando, pretender muchas muertes, ¿no?
    Ese es el sabor agridulce que me envueve del teatro... Ok, lo admito, un poquito emo...¡Rayos!

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  6. jaja sí suena un poco emo...

    Aunque por otra parte, es lo que le pone sabor a los riesgos, no? el peligro...

    Me refiero a que... existen los bungees jaja... y las ciudades como ésta. :)

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  7. ¡pero si todos somos laniparinos en el corazón!¿dónde está lo emo? el suicidio es tan viejo como el nacimiento. Es decir, ¿qué no es una actitud laniparina la del hombre que tiene sus dos piernas móviles, el estómago lleno y las retinas bien fijas; que sale a los desfiladeros citadinos atascados de jaulas-auto, de monóxidos obsesivos, de tiempo que se ahoga sin pasar, y que teniendo a su lado una jacaranda o un perro cojo de la calle, se atreve a decir: ¡Pero qué moncerga de vida!? Todos estamos arrojados,decía M.H., la cosa es ¿qué hacer con el arrojo? Carl Sagan hizo una equivalencia en los Dragones del Eden entre el desarrollo de nuestro sistema planetario desde el big bang y un año. ¿Sabes cuánto le toca a la humanidad después de cristo? El último segundo del 31 de diciembre. Me fisto los dientes si no soy ya una laniparina que busca constelar su eternidad en un rayito de sol.

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